domingo, 8 de abril de 2007

¿Todo sucede por una razón?

Todo este furor esotérico que nos estuvo poseyendo a mis amigas y a mí durante estos últimos días, originó una charla con Sirena acerca del destino. Fue así que ella me dio su opinión al respecto:


"Yo tengo una idea sobre el destino: no creo que esté todo librado al azar, pero tampoco creo que esté todo predestinado... Creo, más bien, que hay un plan general, algo así como si fuésemos actores de una obra que fue escrita por alguien, pero con un director que nos da la libertad absoluta de cambiar las letras del texto y hasta modificar los finales de escena. Es decir, todo depende de uno. Yo siempre estoy entre lo racional, lo espiritual y la boludez. A veces tengo ideas un poco raras, o mejor dicho, convenientes para mi salud psíquica... Cuando me conviene creer, creo hasta en hadas, duendes y príncipes azules... y cuando no puedo lograr algo, se lo atribuyo al destino cruel que me acecha..."

No sé si ésta será la respuesta a la pregunta acerca de la influencia del destino sobre nuestras vidas, pero me gustó su punto de vista.

Son esas trampas de las que hablaba antes. Esta cuestión de elegir lo que nos facilite el camino. Usar nuestros propios "lentes" a la hora de ver nuestra realidad. Ver el vaso medio lleno aunque sólo contenga una gota. Volcarse a lo que nos despierte esa fé imprescindible para superar lo que nos depara la vida.

Así, las religiones, las cuestiones esotéricas, los fanatismos ("sanos" por llamarlos de algún modo), los afectos, entre muchas otras cosas, nos ayudan a canalizar una serie de deseos, que son lo que nos mueven, lo que nos hacen vivir.

Sin embargo, es necesario tener cuidado de no caer en extremos graves; es decir, no dejar que nuestras creencias se transformen en obsesiones que nos dominen.

Personalmente, coincido con Sirena. Me encanta esta idea de ser algo así como los protagonistas de nuestra propia obra. Sentir que todo sucede (o no) por una razón, pero a sabiendas de que los conflictos que se generan sobre el escenario son el fruto de nuestros propios agregados de letra. Si decidimos rematar una escena con un chiste o con un fuerte impacto melodramático, por supuesto, estaremos acercándonos (o alejándonos) de la ovación de pie. Si les damos un pie equivocado al actor que nos acompaña en ese momento sobre las tablas, el resultado será también diferente. La sorpresa podrá, de esta manera, generar un abucheo general en la sala o provocar que nos luzcamos con una improvisación magistral.

El alma de un personaje radica en tres preguntas fundamentales:

¿Quién soy?
¿Qué quiero?
¿Qué hago para conseguirlo?


Muchas veces, éstas no son preguntas fáciles de responder. Conllevan años de investigación y experiencia. Pero, una vez que encuentran su respuesta, lo más probable es que nuestra obra sea todo un éxito.

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