martes, 3 de abril de 2007

¡Canté "pri"!


Hace un par de semanas tenía que comprar un manual de cuarto grado para mi primito. Es bien sabido que marzo es un mes de locura en las librerías, y este caso no fue la excepción. Luego de recorrer varios locales, sin suerte ("Pasate la semana que viene", "Sólo lo traemos por encargo", "No trabajamos con esa editorial", "Acabo de vender el último"), entré a una librería repleta de adolescentes desganados y madres desesperadas.

Supongamos que si iban por el número 45, yo tenía el 1.622. En fin... en la vida todo llega, y la distancia entre el 45 y el 1.622 es grande, pero no eterna, de modo que (largo rato después) una de las desquiciadas empleadas se acerca al mostrador y relojea los números de los clientes ya atendidos. Como si se tratase de una proyección en cámara lenta, va abriendo la boca, veo que sus labios están a punto de pronunciar el maravilloso "milseiscientosveintiuno"... un número antes que el mío. Me siento una maratonista que vislumbra la meta después de incontables kilómetros recorridos, con los pies ampollados y la camiseta transpirada...

"Mil seiscientos veintiuno...!" El bullicio es enorme, pero no se logra escuchar al poseedor de dicho número. "Mil seiscientos veintiuno...!" Nadie reclama atención. Lo lógico es que llegue mi turno ahora. A los codazos me abro paso entre la multitud embriagada de olor a Liquid Paper y colores fluorecentes de cartucheras de Las Chicas Superpoderosas, cuando una mujer, una clienta, una madre desesperada, una maleducada, una desubicada, una self-centered bitch se arroja al mostrador cual arquero atajando un penal de definición en pleno Mundial y ladra: "Bueh, bueh... no está, atendeme a mí que tengo el 5.498." (¡!)

Ahhhh nooooo... me digo indignada. ¿Esta mina no sabe contar? En una milésima de segundo, intento decidir entre tres opciones: (1) Me acerco y gentilmente le explico que es MI turno, (2) Le grito desaforadamente insultos de toda clase mientras la jalo de sus mechas grasientas y obligo a la empleada que me atienda A MÍ primero, o (3) me largo a llorar desconsoladamente. Por fortuna, otra empleada se desocupó y me salvó de cometer un papelón.

Ahora bien... ¿Por qué me molestó tanto la actitud de esta desubicada y desconsiderada? Evidentemente, hay acciones mucho peores por parte de una persona...


Salí del local, con el libro encargado y el recibo de la seña en la mano, pensando en los motivos que habían logrado alterarme tanto. Haciendo asociación libre, recordé todas esas situaciones en las que algo o alguien te gana de mano... algunas de ellas, por demás cotidianas, pero que logran exasperar a cualquiera:

- Cuando el viento le gana de mano a tu peinado de peluquería antes de llegar a una fiesta;
- Cuando el fuego le gana de mano a tu memoria y se te quema la comida;
- Cuando fichaste un par de zapatos durante quince días y, una vez que cobraste, vas ilusionada a la zapatería para enterarte que “la chica que acaba de salir se llevó el último par en tu número”;
- Cuando una reventada te ganó de mano y se encanutó al hombre de tus sueños;
- Cuando las palabras le ganan de mano a tu sentido común y terminás articulando frases tales como “No te quiero ver nunca más en la vida, pendejo de mierda”, cuando en realidad lo único que querés es postrarte frente a él y rogarle que no te abandone...

Anyway, hay miles de situaciones en las cuales las circunstancias nos ganan de mano pero, en mi opinión, la peor, la más triste, la más peligrosa, es aquella en la cual la desesperanza le gana de mano a la fuerza de voluntad.

No hay comentarios.: