Que pase el que sigue...
...o que no pase nadie. Que no vuelva el que no quiera volver y que se desvanezca lo inútil.
Me estaba acordando de la primer cita que tuve este año (un mal augurio, sin dudas). Lo había conocido vía MSN (era mi segunda vez).
22 hs. Punto de encuentro céntrico y un cuasi-viejo* esperándome en las escalinatas: José/separado/37/cuatro chiquitos había logrado conseguir una cita conmigo después del ramo de rosas rojas enviados el día anterior a mi casa. Sin embargo, esa tarjeta debería haberme dado mala espina: TQM decía (aclaro que aún NO nos habíamos conocido face-to-face... Oh-My-God). Fue halagador que se viniera desde un municipio aledaño a mi casa, comprado un ramo de flores en una de las florerías más caras de la ciudad y pagado dos pesos a un nene de mi barrio para que me las entregara (en realidad, mi vieja las recibió pero, bueh, lo que vale es la intención...) mientras él espiaba a una cuadra de distancia. Pero ese “TQM” fue inquietante: en mi mente se encendió una alarma que rezaba: ¿LO QUÉ? Por supuesto, lo llamé para agradecer el gesto y así terminamos compartiendo una cerveza en un bar (con mucha gente y mucha luz). Sin embargo, lo prometedor del encuentro se convirtió en pronta decepción al ver que su rostro se arrugaba notablemente al sonreír y, por momentos, me contemplaba con cara de pseudo-enamorado mientras yo, joven y radiante :P, gritaba por dentro: “Violeta, ni bien se termine la jarra, volá de acá”.
Él me hablaba de divorcio, tenencia, micrófonos ocultos, infidelidad. Yo hablaba de cosas que él no lograba entender: mis idas y venidas con mis ex lo sacaban de quicio. No me gusta que juzguen mis decisiones (aunque no sean acertadas). En fin... sentía que la palabra “incomodidad” brillaba como un cartel de neón en mi frente. Él hablaba mucho, demasiado. Se iba por las ramas y no decía nada interesante. Ojo, yo también hablo boludeces, pero este tipo me ganaba. Igualmente, acá hago un mea culpa porque antes de encontrarme con él ya sabía esto gracias a las HORAS de conversación telefónica en las cuales yo no lograba encontrar esa pausa que permite decir el salvador: "bueno... gracias por llamar" y dar fin a la eterna charla.
Cual Cenicienta en apuros, a la medianoche inventé una excusa y di por terminado el fiasco. A pesar de su insistencia en llevarme a casa en su auto, logré tomar un taxi a la vuelta del bar. Camino a aquella esquina que me salvaría del decepcionante encuentro, se apoderó de mi mano izquierda y caminamos unos diez pasos enlazados cual noviecitos de plaza :/ Nuevamente los gritos en mi cabeza: “¿Qué estoy haciendo tomada de la mano de este tipo al cual no pienso ver más?”. Unos dos minutos después, que parecieron dos días, un taxi apareció. Agradecí a Dios por la lucecita roja encendida y, aunque el coche estaba aún a una cuadra de distancia, comencé a agitar mi mano desesperadamente, implorando que nadie se cruzara antes en su camino y lo tomara. Creo que si hubiese sucedido eso, hubiera tackleado al desconocido y huído despavoridamente. Beso en la mejilla y gesto de “No la pasé bien...” durante el trayecto a casa.
Como era de esperarse, tomé medidas (cobardes, demás está decirlo): desadmisión del MSN, y corte abrupto de comunicación por celular.
Consecuencias (obvias): Mi alter-ego, Zuli (acá la presento a la guacha que controla—o descontrola—mis impulsos), no tardó en enviar un mail a Javier (terminamos hace meses una pseudo-relación de bastante tiempo) a quien también había conocido por MSN, pero con resultados mucho más positivos.
Me estaba acordando de la primer cita que tuve este año (un mal augurio, sin dudas). Lo había conocido vía MSN (era mi segunda vez).
22 hs. Punto de encuentro céntrico y un cuasi-viejo* esperándome en las escalinatas: José/separado/37/cuatro chiquitos había logrado conseguir una cita conmigo después del ramo de rosas rojas enviados el día anterior a mi casa. Sin embargo, esa tarjeta debería haberme dado mala espina: TQM decía (aclaro que aún NO nos habíamos conocido face-to-face... Oh-My-God). Fue halagador que se viniera desde un municipio aledaño a mi casa, comprado un ramo de flores en una de las florerías más caras de la ciudad y pagado dos pesos a un nene de mi barrio para que me las entregara (en realidad, mi vieja las recibió pero, bueh, lo que vale es la intención...) mientras él espiaba a una cuadra de distancia. Pero ese “TQM” fue inquietante: en mi mente se encendió una alarma que rezaba: ¿LO QUÉ? Por supuesto, lo llamé para agradecer el gesto y así terminamos compartiendo una cerveza en un bar (con mucha gente y mucha luz). Sin embargo, lo prometedor del encuentro se convirtió en pronta decepción al ver que su rostro se arrugaba notablemente al sonreír y, por momentos, me contemplaba con cara de pseudo-enamorado mientras yo, joven y radiante :P, gritaba por dentro: “Violeta, ni bien se termine la jarra, volá de acá”.
Él me hablaba de divorcio, tenencia, micrófonos ocultos, infidelidad. Yo hablaba de cosas que él no lograba entender: mis idas y venidas con mis ex lo sacaban de quicio. No me gusta que juzguen mis decisiones (aunque no sean acertadas). En fin... sentía que la palabra “incomodidad” brillaba como un cartel de neón en mi frente. Él hablaba mucho, demasiado. Se iba por las ramas y no decía nada interesante. Ojo, yo también hablo boludeces, pero este tipo me ganaba. Igualmente, acá hago un mea culpa porque antes de encontrarme con él ya sabía esto gracias a las HORAS de conversación telefónica en las cuales yo no lograba encontrar esa pausa que permite decir el salvador: "bueno... gracias por llamar" y dar fin a la eterna charla.
Cual Cenicienta en apuros, a la medianoche inventé una excusa y di por terminado el fiasco. A pesar de su insistencia en llevarme a casa en su auto, logré tomar un taxi a la vuelta del bar. Camino a aquella esquina que me salvaría del decepcionante encuentro, se apoderó de mi mano izquierda y caminamos unos diez pasos enlazados cual noviecitos de plaza :/ Nuevamente los gritos en mi cabeza: “¿Qué estoy haciendo tomada de la mano de este tipo al cual no pienso ver más?”. Unos dos minutos después, que parecieron dos días, un taxi apareció. Agradecí a Dios por la lucecita roja encendida y, aunque el coche estaba aún a una cuadra de distancia, comencé a agitar mi mano desesperadamente, implorando que nadie se cruzara antes en su camino y lo tomara. Creo que si hubiese sucedido eso, hubiera tackleado al desconocido y huído despavoridamente. Beso en la mejilla y gesto de “No la pasé bien...” durante el trayecto a casa.
Como era de esperarse, tomé medidas (cobardes, demás está decirlo): desadmisión del MSN, y corte abrupto de comunicación por celular.
Consecuencias (obvias): Mi alter-ego, Zuli (acá la presento a la guacha que controla—o descontrola—mis impulsos), no tardó en enviar un mail a Javier (terminamos hace meses una pseudo-relación de bastante tiempo) a quien también había conocido por MSN, pero con resultados mucho más positivos.
En fin... mi primer cita 2007, todo un fracaso. Un clavo no siempre saca a otro clavo... aunque hayan sido comprados en la misma ferretería. ;) (Por suerte, poco después, llegaron citas MUCHO mejores...)
* Cabe aclarar que no considero "viejo" a un treintañero... sino que este hombre, en particular, estaba arruinado.
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